¡Coño de un follón!
Una cuchura de máquina de tragar y cagar. Mi hijo.
Que angustia. ¿Lo haré bien? Imaginaba a esas madres de otras épocas, preguntándose si su bebé viviría; yo me sentía como en "Babia" esa expresión tan Caraqueña que implica evasión, distensión. Estaba arrobada, idiota, con planes que no quería imponer. Con ideas absurdas que se disipaban con la sonrisa y el parpadear del carajito.
20 de Febrero del 2004. Una vorágine casi lisérgica pasaba por mi cabeza mientras veía la cara perfecta, que la cesárea no acható, de mi bebo. Y me sentía medio culpable, de no haber sufrido un coño a la hora de su nacimiento y de cómo mi panza enorme fué desinflada con anestesia, saludos y risas. Repetí mecánicamente algo que mi madre me dijo que ella preguntó cuando yo nací: ¿Tiene todos sus deditos? ¿Los mueve?
Yo estaba hasta el culo, no sentía nada, sólo admiración y sorpresa. Y miedo.
Yo estaba hasta el culo, no sentía nada, sólo admiración y sorpresa. Y miedo.
Me engraparon justo donde cierra el triángulo de la ingle, y una especie de delantal de carne me tapaba las grapas, me dolían las tetas enormes; me convertí en una máquina de hacer leche y carantoñas, y luego en una idiota y luego en una sabia y luego en una tigra y luego en una insensible que imponía horarios para poder dormir. La maternidad en ese momento no tenía sentido. Me había metido en ese peo, no sabía bien porqué.
Pero estaba feliz de ver ese milagro que vino de esos trips de subir por la Panamericana en busca de legendarios moteles y suites con jacuzzi; después de unas rumbas épicas en una ciudad pneumática, soñada y construida por un tipo de apellido común, un Pérez, un cualquiera. Otro caudillo que se coronó con un sombrero, versión milica del peinado megarockabilly, una suerte de "Mad Hatter" que después inspirará las coronas del Miss Venezuela, regalará a una Miss una casa en La Florida con un tanque de agua emulando una tierra donde los continentes son todos dorados; preámbulo al horror de la popularidad de los calzados Lucci, al reinado del cabaret barato y chimbo con coreografía de Joaquín Riviera y a la aceptación social de la putería y la cirugía como norma.
Del Bar al Hotel hay un techo machihembrado, pasillos con olor a cloro y unas sábanas ralas. En la Panamericana, las cabañas teienen una textura puyúa en sus paredes y unas teles liliputienses empotradas en unas jaulitas de hierro recubiertas de peluche; colchones de goma espuma enfundados en similicuiridis, espejos en el techo y un friíto que invita al abrazo.
Editar en VHS era un tripeo, Manuel tenía 2 máquinas con unos controles con los que a punta de 4 dedos y mucho humo, encontramos tema en horario diurno para luego darle la vuelta a Caracas en 20 moteles.
A los dos 15 días de estrenarme de mamacita verdadera pero insufrida, explotó la Guarimba de la plaza Altamira y fué entonces que nos percatamos que el viento soplaba desde la plaza hasta nuestra ventana. Y nos atrincheramos con mucho teipe de plomo; porque el gas lacrimógeno que lanzaban los herederos del milico del sombrero puyúo a los entonces "héroes" de la blanda e inútil resistencia al nuevo caudillo; que esta vez todos pusimos en La Silla, volaba directo hacia nosotros y gracias a ello mi niño conoció el olor a vinagre en forma de paño histérico pegado a su naricita. Pero toda esa pajudez nos regaló también días de aislamiento y paz, la tregua de la absurda lucha y la imposibilidad de que la familia se acercara, nos bajó la intensidad de la novedad y pánico de esos primeros días como dueños de una criatura que crecía en nosotros con el asombro. Típico contraste brutal de la realidad Macóndica de la que una vez fuese la ciudad ícono de la modernidad.
Uno de mis placeres entonces, era caminar con el coche dos cuadras hasta Video Color Yamín y buscar películas raras. En ese deambular por ese espacio enorme que era Yamin, un día conseguí y luego videé en una sola tirada: "El reconcomio" y "Las aspiradoras ninfomaníacas de Marte", un verdadero banquete. Las aspiradoras perseguían a unas jevitas núbiles en shorts setentosos por unas escaleras, hasta aspirarles las cuquitas; pánico y placer. Lo mismo que yo sentía, amé esa peli.
Y El Reconcomio me aclaró en parte, cómo llegamos a admirar a unos tipejos que hicieron base en mi plaza y luego dejaron como evidencia de su fracaso, una virgen horrenda que fue rápidamente abandonada a los elementos en los años siguientes, al igual que la resistencia.
Gozaba los pasillos llenos de forros de pelis, cajas vacías para reclamar los tapes al alquilarlos.
¡Vacías cajas. Miedo. Amor. Cabilla. Un follón!
¡Vacías cajas. Miedo. Amor. Cabilla. Un follón!
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