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La mesa de mamá...

Mi mamá siempre cultivó el arte de la mesa, aún en las ocasiones más informales y cotidianas. Sin demasiado esmero, pero con cariño y cuidado, el comer se deslinda del mero deber y de su lado práctico para ser un ritual que da alegría y placer a todos los sentidos y también se convierte en forjador de disciplina. Recuerdo mi mueca al oírla decir: ¡hazme el favor y pon un mantelito y acomódate! Mi madre atesoraba, además de la vajilla de diario que era fuente de quejas porque no duraba, la de navidad (que ella misma pintó y que yo protestaba porque ocupaba enorme espacio y solo se utilizaba en diciembre, con su insistencia) una de porcelana azul antigüita, una blanca con borde dorado y negro muy moderna que era mi favorita y una de porcelana tan fina y delgada que daba como miedo usarla. Detalles como unas mantequilleras de cristal mínimas que se colocaban entre cada dos puestos para ser compartidas y cuchillitos de nácar para untar la mantequilla; platos de fondo, unos de bronc