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Baturrillo

foto: Henrique Lander

De muy chiquita me encantaba cocinar. Veía a la abuela Anto, en su danzar por la cocina enorme que miraba al huerto al que invadió el malojillo, que es un monte, cuando se fué Justina.  Cuando su tararear al tejer hamacas en el cuarto del planchado (de los menesteres decía ella) se regresó a Bárbula, para ver a sus nietos y así retomar con los hijos que dejó cuando vino a Caracas a criarnos a nosotros y a hacer crecer maravillas en 20 metros de tierra del huerto de la abuela. 


Siempre amé ese generoso espacio, la gente que lo habitaba, fue y siempre será fuente de inspiración; el lugar donde me enamoré perdidamente de las ollas, los ajos y descubrí todo lo que se puede hacer con un plátano. Todo sucedía en el pantry, esa herencia verbal gringa; murmullo de casa grande donde se cena en el comedor, sentados todos, servidos por otro. 

El pantry era la mesa multiuso, donde se hacía la tarea del colegio, las mujeres de la casa se juntaban a las 9 a ver “la comedia’ como mi abu tan acertadamente llamaba a las telenovelas. También se acomodaban las compras al llegar del mercado, se armaban hallacas, se hacía pasta, se ponían los guacales de tomate para hacer passata y se almorzaba “informalmente” los días de semana.


Nosotros crecimos entre esa cocina y la de nuestro  apartamento, mucho más chica pero siempre viva, con su pantry pequeñito donde tomábamos desayuno antes de ir al cole.

La mesa del desastre, decía mamá. Allí era donde yo experimentaba, inventando con lo que encontraba en la nevera plena de tesoros: poquitos de guiso de pollo que quedó del "pie" de la cena, una milanesa, media cebolla, tomates secos que mamá deshidrataba en el horno, jugos. Y a veces huevos de pato y ganso que vinieron con nosotros de alguna finca y si era temporada, queso llanero que mamá mandaba a hacer menos salado en “Coco ‘e mono”  cerca del caño La Pica.  En fin, inventar no era difícil hurgando en los tupperwares súper organizados de ese refrigerador. 


Una de esas mañanas de fin de semana, en las que mamá dormía y de las que olvidé cuando mi reloj empezó a obedecer a las estrellas y a la luna. Antes que el amanecer fuera el final del jolgorio y no el comienzo del día, nació el  “Baturrillo”. Mixtura de mi cuño que siempre menosprecié en mi crecer y que ahora ensalzo. 


La verdad es que me di cuenta lo importante que era para mí ese invento adolescente cuando una vez hace ya tiempo, una querida amiga me hizo una entrevista para un programa de radio; estaba por abrir mi restaurante en Nueva York.  Después de elevar ante la audiencia mis cualidades como cocinera e historia variopinta preguntaron cuál era mi receta favorita, yo contesté: el Baturrillo

Risas de todos en el estudio que claramente esperaban alguna complicada y fascinante propuesta innovadora y  en mi, una liberadora sensación de maravilla al explicar la cándida y sencilla receta bajo el abrazo de las alegrías compartidas con mis hermanitos. 


El Baturrillo consiste en:

- 1 aguacate maduro pisao con tenedor

- 1 limón (de esos del jardín de la abuela o del Portugués del abasto que son chiquiticos, de concha lisa y tienen un montón de jugo)

- ¼ (o más) de sobre de sopa  de cebolla Maggi o Knorr (mejor si tiene esos pedacitos tostados secos y no es puro polvo)

- ajo en polvo

- sal al gusto  


Para hacerlo:  añadir la sopa de cebolla  y un toque de ajo en polvo al aguacate pisao, luego el limón y mezclar bien con el tenedor. Probar y añadir sal al gusto (casi nunca hace falta xq el glutamato de la sopa da mucho umami)

Se puede comer solo, usar como dip, o para un nada orgánico avocado toast.


Esa mezcolanza la bautizó mi hermana Cristina, que me lo pedía siempre -herma, házme baturrillo!-  Ambas le poníamos limón a todo cuando éramos chiquitas, ella se tomaba mis vinagretas a pulso desde siempre.


Mamá siempre dijo que yo era cocinera, lo ilustraba relatando que cuando ella tenía hambre cortaba una lechuga, un tomate y les ponía sal y vinagre (siempre estaba a dieta así que aceite, cero-nada) y se reía al decir que yo para hacer un simple sandwich cortaba cebolla, cilantro, pimentón; salteaba las cebollas, planchaba el jamón y hacía la mayonesa. Derretía el queso y una vez armado el “sangüich” le ponía mantequilla a la tapa de afuera y lo ponía de nuevo en el sartén. Se reía viéndome afanada para hacer un snack.


La verdad es que siempre fui una gordita en potencia.

Mis hermanos me cantaban un estribillo que odiaba entonces:


Que riquito 

que riquito, 

quiero más

quiero más!


Hoy me veo en el espejo mientras se repite en mi cabeza, me causa risa  y ternura y me recuerda que los hermanos son los compañeros y amigos más longevos que tendremos jamás.



NYC Diciembre 17, 2021

A Cristina Y Francisco Federico (QEPD)

Foto: Henrique Lander

Comentarios

  1. Que belleza Toña, Feliz Navidad! 😘 Beto

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  2. Que belleza mi toña querida !!!!
    Te quiero inmenso !!
    Feliz navidad

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  3. Tonyyy!!!
    Gracias x compartir ese pasaje de tu recuerdo que irremediablemente me transportó x un momento a mi infancia, hasta pude saborear ese rico “Baturrillo”, que de paso, buenísimo que hallas descrito la receta, ya te contaré al probarlo o simplemente te cantare el estribillo, ...que riquito, quiero más!
    Cuídate . Besos !!

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