Ir al contenido principal

La mesa de mamá...





Mi mamá siempre cultivó el arte de la mesa, aún en las ocasiones más informales y cotidianas. Sin demasiado esmero, pero con cariño y cuidado, el comer se deslinda del mero deber y de su lado práctico para ser un ritual que da alegría y placer a todos los sentidos y también se convierte en forjador de disciplina.
Recuerdo mi mueca al oírla decir: ¡hazme el favor y pon un mantelito y acomódate!
Mi madre atesoraba, además de la vajilla de diario que era fuente de quejas porque no duraba, la de navidad (que ella misma pintó y que yo protestaba porque ocupaba enorme espacio y solo se utilizaba en diciembre, con su insistencia) una de porcelana azul antigüita, una blanca con borde dorado y negro muy moderna que era mi favorita y una de porcelana tan fina y delgada que daba como miedo usarla.
Detalles como unas mantequilleras de cristal mínimas que se colocaban entre cada dos puestos para ser compartidas y cuchillitos de nácar para untar la mantequilla; platos de fondo, unos de bronce y cobre que brillaban hermosos a la luz de los candelabros encendidos y saleritos y pimenteros del tamaño de medio meñique para cada comensal; entre otras cosillas que yo me deleitaba descubriendo al curucutear entre las muchas gavetas del ceibó y de otros muebles que rodean la mesa.
Hay una pieza que me pareció siempre extrañamente refinada que se abrazaba a los platos, unos óvalos curvos de metal pulido para colocar las espinas del pescado y sus aros de plata para las servilletas de tela de colores distintos de acuerdo a la ocasión; para combinar con cada vajilla, un tipo de cubiertos y copas, piezas abiertas de Murano para los arreglos florales y fuentes hermosas para servir.
En las ocasiones especiales, la mesa de mi madre en Caracas era siempre un espectáculo, llena de detalles únicos y objetos útiles y hermosos, pero toda comida en su casa es siempre tratada como algo especial; hay una magia que llena y flota silenciosa el espacio del comedor, siempre.
Hablo en pasado, ahora mi mami vive en el mar, en su playita de Francisquí que tanto amaba donde mi hermana regó sus cenizas. Nuestra casa en Caracas está cerrada y lejana para todos y ella decidió no reverberarla cuando se mudó a Margarita.
En su lar caribeño las mesas de ocasión dejaron atrás la solemnidad y se llenaron de color como las muchas trinitarias que rodean y adornan la mesa, pero los detalles nunca faltan, la plata fue sustituida por colorida cerámica y las piezas locales de alfarería; como una con forma de gallina donde a veces sirve las arepas y hermosa cestería margariteña para las flores que nunca faltan.
Sucumbir a la practicidad creo hace más daño que bien, yo particularmente aprecio y cultivo los detalles. El servir y montar la mesa es lo que le otorga al comer esa sutileza que el acto no tiene, aporta majestad a la simple supervivencia y nos aleja de la muerte; unos exquisitos platos pierden gran parte de su sabor sin el acomodo visual que le dan los detalles al servir.
Aunque mi padre exagere al decir que él no "come" sino que: desayuna, almuerza, merienda, cena o anda "picando"; me da placer verlo poner la mesa solo para sentarse a comer un pan tostado.
Es aún fuente de admiración y sorpresa hurgar mi memoria para volver a revisar los amplios gabinetes y las muy ordenadas gavetas llenas de cajitas pobladas de papel de seda y pequeñas cosas para adornar la mesa.
La falta de espacio y un tren de vida muy diferente, además de la partida de mi terruño han hecho que solo tenga una vajilla blanca de Ikea, con los cubiertos justos para ocho comensales que ni siquiera caben en mi estrecha mesa, pero aún de la manera más sencilla, emulo sus modos y hasta tengo algunas piezas que se llenan de polvo, porque no son muchas las ocasiones que recibo invitados en casa y me quejo de ellas como lo hacía con su vajilla navideña.
Pero mi amor por la buena mesa, que no es solo la buena comida; no solo está intacto sino que ambiciona crecer en multiplicado espacio.
Gracias madre, por tus buenos oficios, éste es un regalo que me durará hasta el fin de mis días y que revivo con los ojos entornados de mi hijo cuando le pido que coloque un mantelito bajo su plato y con el secreto placer que siento al botar un plato esportillado.

Nueva York, 2016

Comentarios

  1. Te quedas corta al expressar la calidad y cantidad del detalle en esa Su mesa...no solo era la presentação era ....hasta la comida...unas deliciosas caraotas...servida en mini copas ...Lucian y sabian...a "caviar"

    ResponderEliminar

Publicar un comentario